La arquitectura no siempre ha sido tan dramáticamente
aburrida, pretenciosa y vacua. Hubo un momento –no muy lejano- que se dio la
combinación de varios elementos como fueron; el deseo de experimentación, la ausencia
de prejuicios y una clase política y dominante con anhelo de modernidad que
permitió la génesis de ciertas edificaciones que actualmente serían rechazadas
frontalmente.
Un buen ejemplo de esta sinergia renovadora es la Iglesia
parroquial de Nuestra Señora de Fátima situada en la rivera oeste del río
Guadalmedina. Con planos de Fernando Morilla Cabello (1961) y de estilo
neogótico constituye una curiosa y atrevida intención de aunar propuestas
tradicionales con un intento de renovación dentro de la arquitectura moderna.
Este neogótico puede añadírsele sin problemas el apellido galáctico,
pues su estética marida una nave espacial de los sesenta y el escenario idóneo para
un cuento gótico. Su interior, con una nave central y dos laterales
longitudinales, cuyos tramos se marcan con arcos puntados, produce esa inaudita
sensación de interior de nave supersónica, cuyo efecto se redobla por la aparición,
en la cabecera, de una imagen de la Virgen de Fátima cuya puesta en escena responde
a una factura magistralmente kitsch. Mención aparte tiene la iluminación que corre
a cargo de unas lámparas sputnik de desarrollo helicoidal.